Tindaya mágica (II), la Montaña de las Brujas

Published On: 13 agosto, 2021

Tindaya ha mantenido durante siglos un halo de magia y misterio a su alrededor. Escenario de cuentos y leyendas que han llegado hasta nuestros días en boca de nuestros mayores, ha sido en el imaginario colectivo majorero un lugar donde se producían sucesos extraordinarios, embrujos que hacían desaparecer y aparecer a las personas, gente volando, transformaciones en animales…

Texto: Janey Castañeyra

Podría ser incluso que estas historias tuvieran su origen en el mundo mágico-religioso de los aborígenes, como vimos en el artículo anterior, Tindaya mágica (I), que las divinidades que inspiraron a los mahos a dejar sus pies incisos en lo alto de la montaña sagrada, los podomorfos, se hubieran transformado, tras la conquista y cristianización de los lugareños en el siglo XV, en las leyendas que en forma de cuentos han llegado casi hasta nuestros días seis siglos después.

Tindaya se conoce con el sobrenombre de Montaña de las Brujas, y son numerosos los elementos mágico-religiosos que se asocian con ella. Los cuentos de brujas son uno de ellos, pero también los de naturaleza arqueológica, como los mismos podomorfos, los enterramientos descubiertos en lo alto de las montañas circundantes, o el esequén –o efequén- que se conserva en una de sus laderas, una estructura ovoidal con dos hileras de piedra donde se sabe que los mahohs realizaban sus rituales.

Los cuentos de brujas fueron un elemento propio de la cultura popular majorera durante centurias, leyendas que, si bien a día de hoy están casi olvidadas, se mantuvieron vivas hasta bien entrado el siglo XX. Un documento excepcional sobre el tema es el libro Cuentos de Brujas de Fuerteventura (1983), en el que Domingo Báez publica y analiza decenas de estos cuentos que relataban las personas mayores de la época.

El marido desconfiado, La chaqueta sin manga, Un favor a una bruja, La mujer en la gañanía, Dicen que recuperó la tierra, son algunos de los cuentos de brujas más extensos y detallados. El marido desconfiado, uno de los más populares, relata la historia de una mujer bruja que se untaba el cuerpo cada noche con un ungüento y salía volando de la casa. Su marido, tras espiarla e intentar imitarla, confundía el conjuro y se estrellaba contra las vigas del techo. En otra versión del cuento, el marido pronuncia el conjuro con éxito y desaparece, para reaparecer en el lugar donde su mujer y otras brujas están celebrando un aquelarre, y donde todas ellas le obligan a besarles el culo, una a una, para poder regresar a su casa, un desenlace que no se desvela en otra versión, sino que el narrador simplemente comenta: «lo que hizo (el marido) no lo sé. Y como yo estoy contento, aquí se acabó mi cuento».

En otro cuento de brujas, La chaqueta sin manga, un novio marcha a Cuba a hacer las américas en busca de fortuna, y estando allí le desaparece una manga de su traje recién comprado. En una versión del cuento, al regresar el novio, su mujer le pega la manga sin coserla, revelando ser bruja. En otra versión, a su regreso se encuentra con que la novia había sido madre, y la repudia. Pero entonces la chica, que era bruja, le muestra la manga que le había arrebatado desde la distancia, recordándole que esa noche él estaba con otra mujer, y se reconcilian.

Estos y otros cuentos fueron recopilados por Domingo Báez, profesor en el instituto de Gran Tarajal, enviando a algunos de sus alumnos a realizar el trabajo de campo entre 1981 y 1982. Báez utilizó también como fuente los cuentos que le cedió Francisco Navarro Artiles, contumaz investigador que tiempo atrás había realizado un estudio muy similar con sus alumnos del Instituto Santo Tomás de Aquino. De ahí la variedad de las versiones de estos cuentos que se han conservado. Resulta curioso este hecho, pues los mismos cuentos que relataban las personas mayores en algún pueblo de la isla, y que consideraban como verdaderos, eran notablemente distintos a los relatados por los vecinos de otras localidades.

Uno de aquellos estudiantes fue Manuel Fleitas, vecino de La Oliva, quien recuerda de las entrevistas con las personas mayores de la época que «me contaban los cuentos de brujas convencidos. Yo les hacía preguntas para que dudaran: ¿Pero usted se cree eso? ¿No lo voy a creer? Los vecinos que se levantaban por la noche y su mujer no estaba, los que iban para la fiesta y aparecían montados en una cochina… Estaban convencidos de que aquello había ocurrido».

También es reseñable la naturaleza de las brujas majoreras, muy lejos del estereotipo actual, pues son las esposas y novias de los lugareños, o mujeres sencillas que se aparecen desnudas a los hombres de campo, y a quienes tras asistirlas por encontrase desvalidas, les agradecen su ayuda con una recompensa en un encuentro posterior. El propio Báez se hace eco de esta circunstancia en su prólogo:

«Uno de los rasgos más curiosos y más importantes de estos cuentos de brujas majoreros es la ausencia de opresión. Las brujas tienen enormes poderes, pero no los utilizan para el mal. Aquí las brujas no son malas ni viejas. Vuelan, se ríen, se transforman, se burlan. Pero nada más. (…) Los que hoy hablan de cuentos de brujas en Europa tienen como base documental textos inquisitoriales, los juicios que contra las brujas se hicieron y poco más; y la tradición que se conserva es la de la bruja mala, vieja y negativa. En este sentido, los cuentos de brujas de Fuerteventura me parecen muy dignos de tener en cuenta».

Los textos inquisitoriales que menciona Báez son recogidos también en un estudio del célebre musicólogo grancanario Lothar Siemens (1941 – 2017), quien en una de sus numerosas investigaciones sobre la cultura y etnografía canaria, publicó en 1970 un estudio para tratar de recuperar «bailes, toques y cantos» relacionados con las brujas (Noticias sobre bailes de brujas en Canarias durante el siglo XVII. 1970. Patronato de la Casa de Colón. Anuario de Estudios Atlánticos). Lo hizo con la expectativa de que «tal vez se hallarán algunas concomitancias con fenómenos músico populares actuales», consultando en su investigación el archivo de la Inquisición de Canarias que se conserva en el Museo Canario de Las Palmas.

Así, entre estos archivos y también los testimonios orales recabados a personas mayores de la época, nacidas a finales del siglo XIX y principios del XX, Siemens encuentra referencias a bailes de brujas, rescatando cuatro casos del santo oficio en los que «se deduce que debió existir algún tipo de baile de tres brujas a la media noche, cuya función era generalmente producir maleficios», en tres de ellos, y en el cuarto, «el baile de tres brujas aparece ligado a la curación de un enfermo». El estudio recoge diversos procesos en que mujeres canarias se veían obligadas a comparecer ante la justicia eclesiástica por celebrar ritos considerados paganos, o simplemente porque lo hubiera denunciado algún vecino o vecina.

Las Brujas de Tindaya

Es difícil encontrar a día de hoy personas que recuerden historias de brujas, pues los mayores de hoy simplemente las escucharon de sus abuelos siendo niños, sin llegar a retenerlas. Por eso el libro Cuentos de Brujas de Fuerteventura es tan interesante, pues rescata las leyendas que se conservaban en la memoria de quienes eran mayores a finales de los años 70, y que ya no están entre nosotros.

Aunque sí coinciden las fuentes consultadas en que Tindaya ha sido considerado siempre un lugar mágico o embrujado. Por ejemplo, Báez recoge en su análisis: «La prohibición de subir a la cima de la montaña de Tindaya por habitar allí divinidades; idea que ha pervivido cinco siglos gracias a la vigencia del cuento. Si un camello sube a Tindaya no anden dudando: lo subieron las brujas; los hombres ni pueden ni deben subir allí».

Tindaya mágica, leyendas | Macaronesia Fuerteventura

Versión del cuento El Camello en la Montaña de Tindaya, recogido en el libro de Alicia Navarro Tindaya y Tefía. Cuentos de Brujas de Fuerteventura (1992), con ilustraciones de Cecilia Bozzoni.

Otro ejemplo de estos embrujos es la leyenda de la de Casa alta de Tindaya, la primera edificación de dos plantas que se construyó en el pueblo, en torno a los siglos XVII y XVIII, y que se relaciona con el retorno de un indiano, natural de la localidad. A su regreso de las américas, invirtió parte de sus ganancias en construir la vivienda más grandiosa de la zona. Al finalizar la casa, el sujeto desapareció, y al parecer los vecinos lo encontraron muerto tras despeñarse. Los vecinos quedaron convencidos de que la casa estaba embrujada, y la leyenda atribuye a las brujas de Tindaya la caída del indiano desde el pico de La Montaña de La Muda. Lo habrían engañado para ascender a lo alto y contemplar su obra antes de hacerlo caer, quizá como castigo a su codicia y ostentosidad.

El ‘Expediente de modificación de la delimitación del bien y del entorno de protección del Bien de Interés Cultural, con categoría de Zona Arqueológica «Grabados Rupestres de la Montaña de Tindaya»’ (BOC-A-2021-113-2837), recoge en su recopilación de los valores culturales asociados a la montaña que «durante centurias, las brujas formaron parte de la mentalidad colectiva local, en función de unos hábitos y creencias en los cuales la dualidad bien-mal estaban muy arraigados, muy condicionados por los preceptos católicos. Sobre esa presencia y su importancia ya se hacen eco diversas investigaciones. Las brujas, en ese sentido, eran poderosas, capaces de actuar de manera directa sobre la vecindad, teniendo una incidencia activa en las prácticas cotidianas de la población majorera, y reflejándose claramente en la toponimia de la isla».

Un ejemplo de este reflejo en la toponimia es el Bailadero de Las Brujas, una cueva natural, un jameo concretamente, que se introduce en la tierra al oeste de la montaña, y en el que «hemos recogido información acerca de la costumbre que tenían los hombres y mujeres de la zona de desplazarse hasta la cueva, en determinadas noches del año (…), a realizar juegos sexuales», señalan M.A. Perera Betancort, J.A. Belmonte, C. Esteban y A. Tejera Gaspar en esta investigación titulada ‘Tindaya: un estudio arqueoastronómico de la sociedad prehispánica de Fuerteventura’.

Los cuentos de las brujas relatan las historias de hombres y mujeres que, estando en la base de Tindaya, se encontraban súbitamente sin sus ropas tras escuchar risas y carcajadas, de personas que bajo la influencia del embrujo, se pasaban toda la noche caminando o montando en burra, o aparecían en el mismo punto de partida al amanecer. Los vecinos hablan de las brujas que utilizaban sus poderes para cruzar barrancos volando, al igual que hay historias de bellas mujeres que se aparecían ofreciendo placeres sexuales.

Tindaya mágica, la Montaña de las Brujas | Macaronesia Fuerteventura

Cuentos de Brujas de Fuerteventura (1983) de Domingo Báez

Pero los cuentos de brujas han ido desapareciendo, como ilustra con clarividencia el cuento de Las brujas mendigas, que describe cómo «las brujas murieron todas al chocar contra los cables y postes de la luz». La llegada de la modernidad a una sociedad hasta entonces eminentemente rural como la majorera fue el inicio del fin para estas y otras manifestaciones de la cultura popular.

Nunca sabremos con certeza cuáles fueron las creencias que llevaron a los mahos a grabar los podomorfos en Tindaya, a alzar sus brazos al cielo invocando a sus divinidades, ni si estos ritos se transformaron o no en las leyendas de las brujas que han llegado hasta nuestros días. Pero éstas sí se han conservado, y vale la pena recordarlas.

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