La utopía que Manrique dibujó en el Paralelo 29
Érase una vez un muchacho renacentista emperretado en demostrar que la naturaleza de su tierra volcánica era la mayor de las vanguardias del mundo. Érase una vez un artista que inventó una estética y, casi, casi, una isla.
Texto: m.J. Tabar
La rehabilitación de viviendas antiguas, hecha con la sabiduría de quien sabe de dónde vienen los vientos, frente a la obsesión por construir más habitaciones y más plantas y más alto y más rentable.
La limpieza inmaculada de la naturaleza, frente a la costumbre de verter los desechos del progreso allá donde no se vean.
El orgullo del campesino, del malpaís y de las jareas tendidas al sol frente al complejo de inferioridad de una isla sufridora, de una tierra quemada por el sol y por el hambre.
César Manrique quiso contagiar su mirada de Lanzarote a todo el mundo. Quiso enseñar a ver la belleza del basalto a los que sólo miraban de reojo y veían un filo cortante. Aquel chinijo tardón, contestatario y fulminante, que estudió lo que quiso en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, quiso también convertir la más oriental de las Canarias en una república independiente de la utopía.
LA DESCONOCIDA OBRA MANRIQUEÑA EN ARRECIFE
Es difícil ver huella alguna de César Manrique en una ciudad con los problemas estructurales que tiene la capital de Lanzarote: un casco histórico menguado por la especulación, unas calles trazadas con la mano urgente y apisonadora del desarrollismo, un espacio público hecho unos zorros por el bloqueo institucional actual y la herencia de gobiernos municipales corruptos…
En el edificio de la actual Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), sin cartel que lo avise, pueden contemplarse una de las primeras pinturas de César. Son los murales que creó en 1950 para la cafetería y el restaurante del Parador de Turismo de Arrecife, reconvertido hoy en aulas de estudio. Son alegorías del viento, la pesca y la vendimia encarnadas por campesinos graníticos que parecen salidos de una leyenda o de la mente de Pablo Picasso. Años antes había pintado ya los del Casino de Arrecife, hoy Casa de la Cultura Agustín de la Hoz.
Con el paso de los años pintaría murales en muchos sitios de Madrid (los míticos cines Princesa, el aeropuerto de Barajas, el hotel Fénix, las oficinas del Banco Guipuzcoano…) y, por supuesto, de su isla natal: el que hizo en los años 60 en el Casino Club Náutico de Arrecife y sigue presidiendo su salón principal; el del Restaurante El Risco, en Famara, que sigue homenajeando a los pescadores que antaño subían a diario el risco para vender su mercancía fresca; uno muy particular, en piedra volcánica y para un edificio religioso, la Ermita de Máguez, que sólo puede verse en horario de misa; el de la fundación que lleva su nombre en Tahiche, donde construyó su estudio integrado en burbujas de lava…
Pero regresemos a Arrecife. Aquí participó en la decoración del parador, en la disposición de bancos, parterres, y elementos decorativos de la plaza de Las Palmas y en el diseño de los jardines del Hospital Insular, que hubieron de acondicionarse para la visita del dictador Francisco Franco. También diseñó el parque infantil del Parque Ramírez Cerdá, que sigue en pie, pero con la piedra dañada, el estanque seco, las teselas rotas y las plantas muy regulares junto a unos columpios modernos. Su aventura en el Centro Polidimensional El Almacén (o cómo reconvertir una casa tradicional en un espacio de vanguardia y experimentación) merece un capítulo aparte, que debe empezar leyéndose en el propio espacio, hoy centro de innovación cultural del Cabildo de Lanzarote.
OBRA PÚBLICA Y CONCIENCIA AMBIENTALISTA
Ya en 1953 sus obras eran compradas por coleccionistas que querían añadir un Manrique a su colección de Paul Klees. La carrera del lanzaroteño es meteórica y renacentista. Su estudio en Madrid es una fiesta de arte y tertulia constante por la que pasan diplomáticos o artistas como Jorge Oteiza. Un 25 de junio de 1965 regresa de Nueva York para pasar el verano en casa.
Es entonces cuando el diálogo con un equipo de personas en su misma sintonía da como resultado los Centros de Arte, Cultura y Turismo (Jameos del Agua en un tradicional espacio de excursiones y asaderos, el Mirador del Río en vez de unas antiguas baterías de guerra, el Monumento al Campesino, el restaurante El Diablo de Timanfaya, el Museo Internacional de Arte Contemporáneo de Lanzarote en un castillo de otro siglo, el Jardín de Cactus en una antigua cantera convertida en vertedero…).
César Manrique es director artístico de esta obra pública que a su vez se convierte en un ejemplo fascinante de integración arte-naturaleza. La obra desborda ecología y amor por la tierra, dos posiciones comunes que comparten gente como el maestro Jesús Soto —diseñador de la Cueva de los Verdes y de la Ruta de los Volcanes—, el capataz de obra Luis Morales o el artista Ildefonso Aguilar, algunas de las muchas personas que también participan en un proyecto colectivo que puso en valor el singular paisaje de Lanzarote y que quiso encaminar la isla hacia una economía sostenible y respetuosa, más vinculada con la ecología, la vanguardia artística y la ciencia, que con los eventos, los paninis y el éxito de la cifra del turismo convencional.
Su pintura primero figurativa, luego abstracta y matérica, sus juguetes de viento que salpican las rotondas de la isla, el omnipresente imagotipo que diseñó para el Patronato de Turismo de Lanzarote, el diablo de Timanfaya… Es difícil estar en Lanzarote y no ver por todos lados a César y a una utopía en estado de letargo.

©Fundación César Manrique

©Fundación César Manrique

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