Se desliza la arena silenciosa, mecida solo por viento, entre el rumor de las olas y el volar de las aves. Es el sonido del silencio, del natural silencio sin pisadas ni ruedas, del paisaje solo, que descansa y respira sin ojos que acechen.
Texto: Janey Castañeyra de León
En una esquina de la casa esperan sombrillas, toallas, tablas de surf, resignadas al confinamiento, deseosas de volver, como nosotros, al paraíso. La vida urbana se paraliza como si fuera un bloque de aire denso, con solitarias figuras en las calles desiertas, deambulando como sombras bajo sospecha desde las ventanas. ¿Y la bolsa de la compra? ¿A dónde va con el perro? Es un reflejo natural en este encierro doloroso, porque añoramos la libertad. Cumplir las normas consuela, por nuestros mayores, nuestros hijos, hermanos, amigos… Y aunque conforta, la sensación no es completa. Queremos salir, y no sabemos cuándo podremos hacerlo.
Fuerteventura se regenera mientras tanto, disfrutando de sí misma, tan tranquila, porque no nos extraña, como nosotros a ella. Quizá al final, cuando esto termine, hayamos aprendido a quererla, a respetarla, y a vivirla como se merece.