EN NOMBRE DE CÉSAR
Cuando se comete un atentado contra el sentido común, la naturaleza o el espacio público, en Lanzarote es común proferir un «si César Manrique levantara la cabeza…» acompañado de un suspirito o de una risa seca.
El 24 de abril de 2019 César Manrique quizás habría cumplido cien años si su vida no hubiese acabado abruptamente en un accidente de tráfico en la rotonda de Tahiche donde hoy gira una escultura metálica de esferas y cazoletas para gozo del omnipresente viento conejero.
Texto: M.J. Tabar
La historia de ese niño hiperactivo y soñador nacido en Arrecife en el año 1919 está ligada a los colores del volcán y a la arena húmeda de Fámara, el lienzo preferido de su niñez.
Su ideario estético está basado en dos conceptos que en una isla como Lanzarote están trabados sin remedio, formando una sola cosa: el arte y la naturaleza.
César fue un activista medioambiental y un defensor de la belleza pública. No transigía con «los mamotretos» que empezaron a construirse en la costa de Lanzarote «sin la más mínima responsabilidad de estilo». Los definía como un ejemplo de «una arquitectura fascista que ni el propio Mussolini hubiera permitido».
En los años 80 constató que su miedo a una «avalancha turística» estaba fundado y escribió un manifiesto que tituló sin medias tintas «Lanzarote se está muriendo». En él describía un estado de total «insensibilidad» y de «torpe venta al por mayor» de una isla con un paisaje que tenía una belleza tan singular como frágil.
En 1973 la Sociedad Torrelavega de Arrecife, en cuya junta directiva estuvo César unos años y donde se habían impartido clases de alfabetización durante la posguerra, organizó uno de los primeros encuentros de carácter ecologista. Ahí estuvo César Manrique.
Quince años más tarde, César participó en las protestas que convocó la asociación cultural y ecologista El Guincho para paralizar la construcción de una urbanización en la playa de Los Pocillos. El colectivo reivindicaba el dominio público de la playa. El promotor de la obra les denunció por daños y perjuicios.
«Ya no tenemos agricultura, la pesca no funciona, no hay agua y, lo único que planificándolo bien podría salir perfectamente, el turismo, es donde se hacen las mayores burradas». Así diagnosticaba César la situación de Lanzarote en los años 80, acusando a representantes públicos de ser responsables de la deriva desarrollista de la isla que significaba panes de oro para hoy y destrucción total para mañana.
A César se le atacó y se le mitificó, dicen que a partes iguales. Su temperamento y su prestigio internacional prevalecieron y restaron protagonismo a un equipo de artistas y técnicos que amaban la isla de la misma impetuosa manera que él y que trabajaron —aportando ideas, herramientas y horas extra— para hacer realidad el sueño colectivo de unos Centros de Arte Cultura y Turismo de Lanzarote, que nacieron para ser espacios de vanguardia, cultura y divulgación de un patrimonio universal.
En nombre de César se han armado discursos políticos opuestos, se han desplegado banderas y se han cortado variopintas cintas inaugurales. El mercado inmobiliario y los partidos políticos han hecho suyo su legado, la mayor parte del tiempo reinterpretándolo según su conveniencia.
Cuando el ciudadano considera que se están expoliando las arcas públicas o que le están tratando como un idiota, la figura de César se menta como un mantra. Mejor o peor, Manrique no era hombre de protocolos ni de estrategias. Manrique pedía la dimisión de un político en público y teniéndolo en frente. Manrique establecía las lindes del sentido común y llamaba irresponsable a quien hacía méritos para serlo.
Más allá de la arquitectura inédita o de su contribución al desarrollo de Lanzarote, muchos recuerdan al César que le negó a su padre el gusto de verlo arquitecto. El César que trabajaba en equipo y que hizo lo que quiso, movido por la pasión y la máxima de no engañarse a sí mismo. Ya lo dejo escrito: »Todo se puede corregir. Depende del entusiasmo, de tener una verdad entre las manos y una valiente y honrada decisión».
©Fundación César Manrique
©Fundación César Manrique
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